Comienza el viaje,…

No son todavía las 4:00 de la mañana. Cuatro adultos somnolientos, pero ilusionados y una montonera de maletas. Ya tenemos al taxi esperando. Afortunadamente nos hicieron caso en la reserva y es suficientemente grande para las maletas.

La ventaja de ir al aeropuerto a esas horas es la total ausencia de tráfico y en un plis plas estábamos en los mostradores de facturación

Casi sin pausa hemos embarcado en un avión medio vacío y hemos despegado con veinte minutos de retraso por la necesidad de oxígeno de una señora mayor. Ha merecido la pena por el cariño con el que le han asistido dos de las azafatas. Se veía que el maletín con los tubos y la bombona, no eran habitualmente utilizados por ellas, por el uso constante de las hojas de instrucciones. Al final lo han conseguido.

Dos horas después hemos aterrizado en Bruselas

El embarque hacia Cotonou se ha retrasado y ha provocado que despeguemos veinte minutos tarde, lo que no ha impedido que lleguemos a Cotonou, con quince minutos de adelanto.

Más suspense de lo habitual en las maletas, pero han aparecido todas y nos hemos reencontrado con el caos de la gran ciudad que es Cotonou.

En la crónica del viaje del año pasado daba cuenta de la típica experiencia llegando a Cotonou (leer más). En nuestro viaje de 2022 habían pasado 22 meses desde el anterior viaje en 2020. Hoy son solo 10 meses los que hemos estado fuera, pero llegamos con las mismas ganas o más.

Tras la inmersión en el tráfico plagado de motos y baches, hemos llegado a la Casa Regional de la Sociedad de Misiones Africanas. un auténtico oasis dentro de una locura de ciudad.

Y mañana, tempranito hacia el norte. Allí donde empieza nuestro trabajo de verdad

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