Hoy vuelvo a escribir sobre Benin. Y lo hago sobre un aspecto que no había tratado con anterioridad. En concreto, el trabajo infantil en una de sus versiones más sutiles y a la vez más escalofriantes. El tráfico de niños para trabajar en condiciones de esclavitud y muy frecuentemente, entre familiares más o menos cercanos.
Los datos sobre el tráfico de niños en Benin, son muy difíciles de concretar. De acuerdo con una encuesta llevada a cabo por la Organización Internacional del Trabajo y UNICEF en 2003, más de 300.000 niños de África central y occidental son víctimas del tráfico de personas cada año. Las cifras exactas no se conocen, debido a la naturaleza ilícita de esta práctica. Lo que sabemos con seguridad es que el tráfico de niños en el interior de los países de la región y más allá de sus fronteras es un problema crítico en casi todos los países de la zona. Según otras estadísticas de índole más local, aproximadamente entre el 8 y el 10% de los niños benineses -casi la mitad de los habitantes de este país tiene menos de 18 años- son víctimas de alguna versión de comercio humano.
Hace ahora casi una década, la detección de un barco, el MV Etireno, con 31 niños benineses esclavos a bordo destinados a dudosos mercados de trabajo de alguno de los países vecinos, catalizó la atención internacional hacia este problema, hasta entonces ignorado por los grandes medios de comunicación. Hoy, ninguno de los presuntos responsables de aquella operación sigue en la cárcel. Y todo, a pesar de que la policía beninesa sospecha de que muchos de los niños que iban inicialmente en ese viaje fueron arrojados al mar cuando la tripulación se enteró de que iban a ser interceptados por las autoridades.
No hay que olvidar que la esclavitud está presente en el subconsciente colectivo de este país desde tiempo inmemorial. Desde estas costas partieron, entre los siglos XVI y XVIII, nada menos que dos millones de negros esclavos hacia las costas americanas, principalmente Haití y el norte de Brasil. Los traficantes europeos de esclavos se apoyaron en las guerras que mantenían los reyezuelos de las diferentes tribus que acostumbraban a esclavizar a los perdedores, para hacer funcionar su negocio. Así nació Ganvié.
Pero la otra cara de este terrible drama no es más compasiva. La atávica costumbre de enviar a los hijos con un familiar o amigo a las ciudades para mantenerles, aprender un oficio o poder estudiar es conocida en el país con el término, en lengua fon, vidomegon. Algo lejanamente parecido a lo que se hacía en los pueblos españoles hasta hace no demasiado tiempo. Sin embargo, esta tradición de confianza se ha pervertido de tal manera que se ha convertido ya en un fenómeno de tráfico puro de niños entre familias.
Este el caso de Dennis, que a sus siete años es toda una veterana vendedora en el gigantesco mercado de Dantokpa, en Cotonou, uno de los mayores de Africa. Cuando apenas había cumplido los cinco años, su madre la colocó en casa de una tanti (tía) de la capital a cambio de una cantidad equivalente a 50 euros. Le dejaron un hueco en la cocina y allí vive desde entonces.
Dennis se levanta todos los días sobre las cuatro de la mañana. Barre la casa, calienta agua para el desayuno de sus cuatro hermanastros, recoge la ropa tendida y tras comer los restos de la noche anterior, se marcha al mercado a vender su mercancía. Desde las siete de la mañana hasta las siete de la tarde. Las condiciones de su contrato están muy claras desde el principio: de lo que venda podrá retirar 50 francos-cefas (unos 10 céntimos de euro) para comprarse un par de mazorcas de maíz que será su única comida oficial durante el día.
Su tanti controla perfectamente la mercancía que lleva y a la vuelta a casa hará cuentas con ella. Si falta algo (perdido, robado o estropeado, lo que no es difícil entre esta marabunta humana) se atendrá a las consecuencias: una paliza, un encierro o vaciar las letrinas, por ejemplo. Una vez en casa, todavía tendrá que recoger la cocina, dar de comer a los animales y barrer otro poco. En el mejor de los casos dormirá escasamente cuatro o cinco
horas. Dennis es algo más que una criada: es una esclava a la que los mayores maltratarán, gritarán, de la que sus hermanastros se burlarán y las autoridades ignorarán… Aunque su futuro está claro: su tanti la obligará a casarse cuando le venga la primera regla quitándosela así de encima. Pero a Dennis, lo que más le gustaría en el mundo sería ir al colegio y aprender a coser.
Por eso estamos financiando escuelas en Benin. Y por eso en septiembre, comenzaremos con las becas. Porque hay muchas niñas y niños en la misma situación que Dennis y porque Benin es – una vez más – uno de los principales países “origen” en este triste tráfico humano.
Aprovecho para recordar que la financiación de la Nueva Escuela en Weé weé al día de hoy, va ya por el 75,3%. Pero nos faltan todavía 5.385 euros. Muchas gracias a todos los que nos “ayudáis a ayudar” a niños como Dennis.
Donativos en www.fundacionalaine.es