En 2011 inauguramos la Maternidad de Abitanga, nombre que en la lengua local quiere decir “lugar del miedo”, haciendo referencia a que se trata de un lugar aislado y donde uno se va a encontrar solo ante todos los potenciales peligros de la sabana africana.
Desde entonces la Maternidad da servicio a los poblados de la zona. Cada una de las veces que hemos visitado el lugar, para hacer seguimiento de las obras o para la inauguración, no vimos ninguna vivienda en las inmediaciones. Sabíamos, por nuestras Contrapartes, que la población era muy numerosa por los alrededores, pero no se les veía.
Cuando estuvimos por allí en mayo 2013, nos sorprendió ver que las instalaciones financiadas estaban rodeadas de chozas hasta donde alcanzaba la vista. La maternidad, el pozo y la escuela, habían hecho su trabajo y los poblados habían crecido de forma concentrica hasta allí.
Obviamente, eso supuso una gran satisfacción para quienes habíamos participado en los proyectos. Luego cuando entramos en la Maternidad vino otra sorpresa. Hasta entonces nunca la habíamos visto en funcionamiento y encontrarnos la sala de acogida llena de “futuras mamás” nos añadió otro subidón al ver la alegría de las mujeres que acudían a consulta para el seguimiento de sus embarazos.
Cedimos al disfrute charlando con ellas gracias a una matrona que nos hizo de interprete y no pudimos evitar preguntar por lo que les gustaría mejorar de la nueva situación. Fueron unánimes y de forma involuntaria nos recordaron que somos bastante más iguales de lo que nos pensamos. Todas reclamaron una sola cosa. Estaban muy satisfechas sabiendo que sus embarazos contaban con el seguimiento de manos expertas y la asistencia del ecógrafo financiado recientemente por la Fundación, pero todas echaban de menos lo mismo: “que les acompañaran sus maridos, que se implicaran en su nueva situación, …” Algo muy sensato.