Hoy quiero continuar contando algunas pequeñas cosas que, en mi opinión, pueden explicar otras mucho más grandes. En nuestro viaje a Benín, hemos disfrutado de las
grandes y las pequeñas y me gustaría comenzar compartiendo alguna de estas últimas con vosotros.Mi abuela siempre decía que “compartir hace feliz”. Ella lo hacía y en el salón de las estrellas en Kopargó, se hace cada día de una manera extraordinaria. En grupo o de forma individual. Siempre en un cálido ambiente,… y no me refiero sólo a la temperatura real o percibida. Siempre rodeados de niños. Siempre rodeados de sonrisas.
En Kopargó, en la Misión Taneka de la Sociedad de Misiones Africanas, cada atardecer y cada día tras la cena, se disponen asientos en el patio. Asientos en corro. Asientos a disposición de quienes se quieren acercar a la Misión a compartir con quienes allí habitan, un vaso de “citronelle”, una agradable conversación y sabios consejos para la difícil vida local. El único límite,… el cielo cuajado de estrellas de la negra noche africana.
Cada día de los que hemos permanecido allí, hemos compartido ese especial escenario de “catequesis vital”. Hemos visto cómo cada día pasaban por allí jóvenes matrimonios, … y no tan jóvenes. Otros que querían serlo. Madres, padres,… y niños, muchos niños y niñas,… Unos a saludar. Otros a compartir alegrías, inquietudes o pesares. Ninguno se iba de vacío. Todos recibían una dosis de algo especial que no se vende en las tiendas de ningún sitio. Todos se sentían importantes. Tenían su momento de gloria, su oportunidad y la aprovechaban. Desde ayuda económica a emocional. Consejos vitales, de comportamiento, orientación para el futuro,… e incluso, también reprimendas.
Mientras estuvimos allí, vimos cómo la gente se acercaba y buscaba al Padre Michelle o al Padre Marcos. Aquél, el Responsable de la Misión desde que se inauguró hace 12 años. ¡Cuando él tenía 60!. Éste, nuestro experto guía por la zona y antiguo residente de la Misión Taneka. ¡Que fuerza la del Padre Michelle! Yo, con mis 50 primaveras y prejubilado, veía a un hombre de 72 años, que había comenzado en Kopargó, en un entorno musulmán / animista y desde cero, cuando tenía 60. Otro día os contaré más cosas de él.
El día que nos despedíamos de Kopargó, fué especialmente activo en el Salón de las Estrellas. Los asientos, claramente insuficientes, obligaban a los recién llegados a esperar a cierta distancia. Después se acercaban y llegado el turno, disfrutaban de la conversación y casi siempre de su solución. Nosotros, mientras tanto, jugábamos con los niños.
Ese día – como casi todos los del viaje y pese a los madrugones – tardé en dormirme. Me costaba cerrar los ojos. Quería seguir disfrutando de todas las cosas. Las grandes y las pequeñas que las hacen grandes. Ese día entendí porqué algunas veces, aquellos misioneros me parecían más psicólogos, arquitectos, ingenieros, albañiles, poceros o economistas que sacerdotes. Pero eso, os lo cuento otro día.