Nos llegan noticias desde el hospital de Tanguietá. Amaia ya está en plena faena. Llegar, desempaquetar,… y al tajo.
En el hospital ha coincidido con voluntarios de otras nacionalidades. Un italiano, una francesa, cuatro españoles que ya se van,… Todos con el mismo objetivo: ayudar en la medida de las capacidades de cada uno y
aprender las lecciones de vida que se pueden aprender en entornos como el que está viviendo.
Amaia ya tiene sus primeros pacientes asignados. Algo ideal para alguien que ha estudiado por vocación y que quiere poner en práctica lo que ha estudiado durante años. Aún así, tiene tiempo libre que dedica a los niños de la pequeña escuela que el hospital ha organizado para los que permanecen ingresados durante meses. Allí Amaia les enseña los colores, las letras, los números,… para ellos todo es un juego en el que Amaia está encantada de participar.
Y ahí no se acaban las buenas noticias. El hospital tiene una pequeña red wi-fi con la que puede comunicarse con todo lo que ha dejado atrás. Padres, amigos,… Skype, Facebook,… espléndidas herramientas que te permiten mantener vínculos con lo conocido, mientras profundizas en un mundo nuevo, mientras vas añadiendo nuevos afectos.
Según nos cuenta, las hermanas a cargo de los niños son un encanto; los niños, alegres pese a su enfermedad, son una deliciosa compañía. Pero a Amaia le llama la atención la relación que observa entre los familiares y los niños enfermos. Muchas de esas familias han perdido ya algunos de sus hijos y reservan sus muestras de afecto por si ocurre lo mismo con ese hijo enfermo. Algunas de las etnias de Benín, no ponen nombre a un hijo hasta que ven que va a sobrevivir. Esa es una consecuencia más de la dureza de una de las zonas más pobres del mundo.
Muchas gracias por tus impresiones Amaia y síguenos contando tu experiencia.