Hoy es un día de reflexión. Habitualmente siempre he alimentado el hábito de repasar cada jornada cuando está a punto de concluir. Las cosas ya están hechas pero siempre se encuentra algún aprendizaje que permite mejorar. Con ese hábito sólidamente arraigado cómo no reflexionar un 31 de diciembre sobre el año que se nos va de las manos.
2014 ha sido un buen año, pero muy mejorable
En lo personal, me basta con mirar alrededor para llegar a la conclusión que ha sido un año estupendo. En lo profesional, la Fundación que lleva el nombre de nuestra hija ha visto incrementados sus ingresos en un 10% sobre el año anterior. ¡Genial!,… pero no ha sido un año completo. Socialmente ha sido un año muy injusto donde nos dicen que las cosas van mejor, pero en el que percibimos que eso no es así, en el día a día de muchas de las personas que nos rodean.
Quienes nos lo dicen – los políticos – se desacreditan a pasos agigantados. Individualmente con sofisticados ejercicios de apropiación de lo ajeno y de forma colectiva acusándose mutuamente de los males que ninguno de ellos parece capaz de solucionar. Y con las elecciones municipales a la vista,…
Y en el ámbito global,… Aquel en el que hemos elegido intentar ayudar en memoria de Alaine, estamos asistiendo a una radicalización de las relaciones con los que menos tienen. Con los que llegan desde el sur. Drástica reducción de las ayudas a la cooperación para el desarrollo y fuerte incremento de las medidas coercitivas para evitar su molesta compañía.
Ayer y hoy hemos asistido a intentos masivos para saltar las vallas de Melilla. Esos obstáculos que hemos inventado para encerrarles en su miseria. La imagen de muchos de ellos cojeando por las heridas provocadas por las concertinas, pero felices por encontrarse en la ansiada pero insolidaria Europa me resulta especialmente dolorosa. Huyen de la miseria y de las guerras. Estos días la mayoría son sirios. ¿No hay derecho de asilo? ¿No hay un mínimo de justicia social que nos permita compartir no solo lo que nos sobra?
Cuando miro a los ojos de los subsaharianos que a menudo nos franquean el paso en el supermercado, no veo el mismo brillo que me deslumbra cuando les visito en el norte de Benín o Togo. Veo en ellos la decepción de un sueño fallido y siento vergüenza como miembro de una civilización que ha perdido la conciencia colectiva en brazos del egoísmo más injusto
En 2015, desde la Fundación Alaine, seguiremos trabajando para generar oportunidades de futuro en el norte de Benín y de Togo. Para tratar de que quienes allí viven, no se vean obligados a dejar sus familias, sus poblados y a partir hacia lo que desde allí se les antoja como el paraíso. Nos gustaría seguir contando con vuestro apoyo.