San Isidro en Tanguietá

dsc_8797.JPGMuchas fueron las visitas que marcaron un antes y un después durante nuestra reciente estancia en Benín. Una de ellas tuvo lugar el 15 de mayo, en Tanguietá. Al noroeste del país, junto a la frontera con Togo. Allí visitamos el Hospital de San Juan de Dios. Allí conocimos a Cristina, responsable del Pabellón de Pediatría. Es de Pinto y lleva allí 21 años. Ella nos recordó que era la Fiesta de San Isidro.Con ella estuvimos en “la Pradera” y compartimos un almuerzo de lo más castizo.

El Hospital de Tanguietá, dista mucho de ser mínimamente parecido a los hospitales a los que estamos acostumbrados. Allí, el terreno es mucho más barato y lo que resulta más complicado es construir. Por tanto imaginaros una amplia extensión de terreno, con alargados edificios de una altura, encadenados siguiendo un esquema poliédrico que les permite,…

  • Mantener pasillos exteriores por ambos lados de cada edificio.
  • Pasar fácilmente de un edificio a otro.
  • Crear espacios útiles entre los edificios.
  • Tener zonas abiertas y ajardinadas que sustituyen los aires acondicionados,…

Pero como siempre, mejor unas fotos.

dsc_8699-bis.JPG dsc_8649-bis.JPGdsc_8667-bis.JPGbenin-1-556-bis.JPGbenin-1-557-bis.JPGdsc_8747-bis.JPG

Con Cristina, recorrimos el Pabellón de Pediatría. Desde mi humilde punto de vista, el más duro de cualquier hospital. Pudimos ver cómo unos artesanos trabajaban la ortopedia de una forma exquisita,… pero manual. Visitamos el aula donde se escolarizan los niños que están ingresados, de la mano de Carmen. Otra española en Tanguietá. Vimos pasillos abarrotados de niñas y niños con sus madres,… y no era por falta de plazas, sino por la ligera brisa que los recorría a diferencia de las salas interiores llenas de camas vacias. Y no sólo los pasillos estaban llenos, sino también “las Praderas”

Fuera. Ante los edificios o entre ellos, se podían contemplar grupos de personas reunidos bajo los árboles. Agrupados por etnias y por familias. Desde lejos y sin fijarse mucho, podía parecer que estaban de Romería,… ¿Acaso no estábamos en San Isidro?. Sentados o tumbados. A la sombra,… en un reparador descanso. Pero prestando un poco más de atención, entre ellos siempre había algún niño vendado, sondado,… Es su forma de permanecer cerca de los enfermos. A menudo recorren largas distancias para acudir al hospital. Eso impide el retorno diario y les obliga a una cierta “acampada”. El hospital está preparado para ello e incluso cuenta con un módulo de duchas y lavadero para las largas estancias de los familiares de los enfermos.

Poco a poco fuimos recorriendo el hospital. Cada vez hablábamos menos, poco habituados a las diferentes escenas que se fueron sucediendo. A menudo era preciso apretar los dientes, para intentar tragar el nudo que se había quedado a vivir en nuestras gargantas. Y también con bastante más frecuencia que los días anteriores, nos teníamos que secar el sudor de la frente,… pasando, como sin querer, por los ojos. Cristina, mientras, nos iba contando cómo las familias más pobres, a menudo tenían que abandonar en el hospital a los niños enfermos, al no poder dejar, sus trabajos cotidianos de subsistencia.

Finalmente llegamos a la zona donde el personal del “San Juan de Dios”, comía y allí fué Cristina quien se llevó la sorpresa. Luego, nos contó que por la mañana en el desayuno había protestado por que el día de San Isidro, no sólo se quedaba sin Fiesta, sino que además, se iba a quedar sin la típica tortilla de patatas. ¡Como si no llevara allí, 21 años! Pues bien, la cocinera, una beninesa de importantes proporciones, había aceptado el reto en silencio. Había preguntado a otras españolas cómo se hacía aquello, y a la hora de comer, nos brindó dos espléndidas tortillas de San Isidro para gran regocijo de Cristina, … y nuestro.

¡Un hurra por la cocinera beninesa,… y por todas las Cristinas del mundo!

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